miércoles, 29 de diciembre de 2010

Día 5º en la Octava de Navidad. Blanco.

LECTURA

1Jn 2, 3-11

Lectura de la primera carta de san Juan.

Queridos hermanos: La señal de que conocemos a Dios, es que cumplimos sus mandamientos. El que dice: "Yo lo conozco", y no cumple sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero en aquel que cumple su palabra, el amor de Dios ha llegado verdaderamente a su plenitud. Ésta es la señal de que vivimos en él. El que dice que permanece en él, debe proceder como él. Queridos míos, no les doy un mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo, el que aprendieron desde el principio: este mandamiento antiguo es la palabra que ustedes oyeron. Sin embargo, el mandamiento que les doy es nuevo. Y esto es verdad tanto en él como en ustedes, porque se disipan las tinieblas y ya brilla la verdadera luz. El que dice que está en la luz y no ama a su hermano, está todavía en las tinieblas. El que ama a su hermano permanece en la luz y nada lo hace tropezar. Pero el que no ama a su hermano, está en las tinieblas y camina en ellas, sin saber a dónde va, porque las tinieblas lo han enceguecido.

Palabra de Dios.



Comentario

El signo de que nuestra fe está bien encaminada es si nos preocupamos en vivir como Jesús. Más allá de nuestro modo de orar, de las prácticas religiosas, y de cuánto "sabemos" sobre Dios, debemos preguntarnos, "¿vivo como él?".



SALMO

Sal 95, 1-3. 5-6

R. ¡Alégrese el cielo y exulte la tierra!

Canten al Señor un canto nuevo, cante al Señor toda la tierra; canten al Señor, bendigan su nombre. R.

Día tras día, proclamen su victoria, anuncien su gloria entre las naciones, y sus maravillas entre los pueblos. R.

El Señor hizo el cielo; en su presencia hay esplendor y majestad, en su santuario, poder y hermosura. R.

Aleluya. Luz para iluminar a los paganos y gloria de tu pueblo Israel. Aleluya.



EVANGELIO

Lc 2, 22-35

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.

Cuando llegó el día fijado por la ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: "Todo varón primogénito será consagrado al Señor". También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la ley del Señor. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: "Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel". Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos".

Palabra del Señor.



Comentario

"Si la mariología tuviese que sacar una conclusión de este tema de la espada que atraviesa el alma de María, sería que la grandeza de la madre de Jesús surge de la forma en que ella tomó la decisión de hacerse discípula escuchando la palabra de Dios y practicándola" (R. Brown, Un Cristo Adulto en Navidad, Ed. San Pablo).

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