sábado, 29 de enero de 2011

Misa a elección. Feria. Verde. - Santa María en sábado. (ML). Blanco.

LECTURA

Heb 11, 1-2. 8-19

Lectura de la carta a los Hebreos.

Hermanos: La fe es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven. Por ella nuestros antepasados fueron considerados dignos de aprobación. Por la fe, Abraham, obedeciendo al llamado de Dios, partió hacia el lugar que iba a recibir en herencia, sin saber adónde iba. Por la fe, vivió como extranjero en la Tierra prometida, habitando en carpas, lo mismo que Isaac y Jacob, herederos con él de la misma promesa. Porque Abraham esperaba aquella ciudad de sólidos cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios. También por la fe, Sara recibió el poder de concebir, a pesar de su edad avanzada, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía. Y por eso, de un solo hombre, y de un hombre ya cercano a la muerte, nació una descendencia numerosa como las estrellas del cielo e incontable como la arena que está a la orilla del mar. Todos ellos murieron en la fe, sin alcanzar el cumplimiento de las promesas: las vieron y las saludaron de lejos, reconociendo que eran extranjeros y peregrinos en la tierra. Los que hablan así demuestran claramente que buscan una patria; y si hubieran pensado en aquélla de la que habían salido, habrían tenido oportunidad de regresar. Pero aspiraban a una patria mejor, nada menos que la celestial. Por eso, Dios no se avergüenza de llamarse "su Dios" y, de hecho, les ha preparado una Ciudad. Por la fe, Abraham, cuando fue puesto a prueba, presentó a Isaac como ofrenda: él ofrecía a su hijo único, al heredero de las promesas, a aquél de quien se había anunciado: "De Isaac nacerá la descendencia que llevará tu nombre". Y lo ofreció, porque pensaba que Dios tenía poder aún para resucitar a los muertos. Por eso recuperó a su hijo, y esto fue como un símbolo.

Palabra de Dios.



Comentario

Muchos hombres y mujeres, antes que nosotros, caminaron en la fe. No sólo estos que nombra la Biblia, sino que también en nuestras familias y comunidades hubo personas entregadas a la voluntad de Dios, que transitaron por este mundo con la mirada puesta en lo trascendente. Ellos nos dan testimonio para que no desfallezcamos en nuestro andar.



SALMO

Lc 1, 69-75

R. ¡Bendito sea el Señor!

Nos ha dado un poderoso Salvador en la casa de David, su servidor, como lo había anunciado mucho tiempo antes por boca de sus santos profetas. R.

Para salvarnos de nuestros enemigos y de las manos de todos los que nos odian. Así tuvo misericordia de nuestros padres y se acordó de su santa Alianza. R.

Se acordó del juramento que hizo a nuestro padre Abraham de concedernos que, libres de temor, arrancados de las manos de nuestros enemigos, lo sirvamos en santidad y justicia bajo su mirada, durante toda nuestra vida. R.



EVANGELIO

Mc 4, 35-41

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.

Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: "Crucemos a la otra orilla". Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron en la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya. Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?". Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!". El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?". Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?".

Palabra del Señor.



Comentario

Los discípulos llevaban ya un buen tiempo con Jesús. Lo habían escuchado predicar, lo habían visto hacer milagros y habían compartido muchas horas con él. Pero todavía tenían mucho para descubrir de Jesús. "¿Quién es éste?" se preguntaron ese día al ver actuar a Jesús con autoridad. Y quizás también nosotros, cuando amenazan las tormentas y nos hundimos, todavía tenemos que hacer un acto de confianza en él, ante quien todas las fuerzas obedecen.

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