viernes, 22 de julio de 2011

Santa María Magdalena. (MO). Blanco.

Esta discípula de Jesús era originaria del pueblo de Magdalena, a orillas del lago de Galilea, y de allí su sobrenombre "Magdalena". Aparece con el primer grupo de discípulas de Jesús (Lc 8, 1-3) como seguidora y servidora (diaconisa). Siempre nombrada en primer lugar cuando se menciona al grupo de discípulas, llega hasta Jerusalén acompañando a Jesús en su Pascua, y es la primera testigo de la Resurrección. No se la debe confundir ni con la pecadora perdonada de Lc 7, 36-50 ni con la adúltera de Jn 8, 1-11. Estas dos mujeres son anónimas, y en cambio María Magdalena siempre aparece identificada y destacada entre el grupo de discípulas de Jesús (Fuente: www.buenasnuevas.com/biblia/mujeresenlabiblia).

LECTURA

Cant 3, 1-4

Lectura del Cantar de los cantares.

Así habla la esposa: "En mi lecho, durante la noche, busqué al amado de mi alma ¡Lo busqué y no lo encontré! Me levantaré y recorreré la ciudad; por las calles y las plazas, buscaré al amado de mi alma. ¡Lo busqué y no lo encontré! Me encontraron los centinelas que hacen la ronda por la ciudad: "¿Han visto al amado de mi alma?". Apenas los había pasado, encontré al amado de mi alma".

Palabra de Dios.



Comentario

María Magdalena fue, sin duda, una mujer dinámica y en búsqueda. El amor la hizo intrépida, tanto como para animarse a seguir a Jesús durante su vida y seguir buscándolo aún después de muerto. Que ella nos comunique ese ferviente amor por el Amigo y Maestro.



SALMO

Sal 62, 2-6. 8-9

R. Mi alma tiene sed de ti, Señor, Dios mío.

Señor, tú eres mi Dios, yo te busco ardientemente; mi alma tiene sed de ti, por ti suspira mi carne como tierra sedienta, reseca y sin agua. R.

Sí, yo te contemplé en el santuario para ver tu poder y tu gloria. Porque tu amor vale más que la vida, mis labios te alabarán. R.

Así te bendeciré mientras viva y alzaré mis manos en tu nombre. Mi alma quedará saciada como un manjar delicioso, y mi boca te alabará con júbilo en los labios. R.

Veo que has sido mi ayuda y soy feliz a la sombra de tus alas. Mi alma está unida a ti, tu mano me sostiene. R.



EVANGELIO

Jn 20, 1-2. 11-18

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.

El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto". María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentado uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?". María respondió: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto". Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. Jesús le preguntó: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?". Ella, pensando que era el cuidador del huerto, le respondió: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo". Jesús le dijo: "¡María!". Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: "¡Raboní!", es decir, "¡Maestro!". Jesús le dijo: "No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: 'Subo a mi Padre y Padre de ustedes; a mi Dios y Dios de ustedes'". María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras.

Palabra del Señor.



Comentario

En los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, se relata que el grupo de mujeres discípulas fueron juntas al sepulcro la mañana del domingo. En cambio el evangelio según san Juan tiene la particularidad de nombrar solamente a María Magdalena. San Agustín lo explica de esta manera: "Según relata Juan, fue María Magdalena, sin duda en compañía de otras mujeres que habían servido al Señor, mucho más ferviente por su amor, hasta el punto de que Juan la menciona sólo a ella, silenciando a las que fueron con ella, como atestiguan los otros" (San Agustín, Concordancia de los evangelios, III, 69).

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