viernes, 4 de febrero de 2011

De la feria. Verde.

LECTURA

Heb 13, 1-9

Lectura de la carta a los Hebreos.

Hermanos: Perseveren en el amor fraternal. No se olviden de practicar la hospitalidad, ya que gracias a ella, algunos, sin saberlo, hospedaron a los ángeles. Acuérdense de los que están presos, como si ustedes lo estuvieran con ellos, y de los que son maltratados, como si ustedes estuvieran en su mismo cuerpo. Respeten el matrimonio y no deshonren el lecho conyugal, porque Dios condenará a los lujuriosos y a los adúlteros. No se dejen llevar de la avaricia, y conténtense con lo que tienen, porque el mismo Dios ha dicho: "No te dejaré ni te abandonaré". De manera que podemos decir con plena confianza: "El Señor es mi protector: no temeré. ¿Qué podrán hacerme los hombres?". Acuérdense de quienes los dirigían, porque ellos les anunciaron la Palabra de Dios: consideren cómo terminó su vida e imiten su fe. Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será para siempre. No se dejen extraviar por cualquier clase de doctrinas extrañas.

Palabra de Dios.



Comentario

La carta llega a su fin con una serie de recomendaciones que incluyen a personas en diversas situaciones: los inmigrantes, los encarcelados, los maltratados, los matrimonios y los dirigentes de la comunidad. Después de haber expuesto, a lo largo de la carta, la vida, muerte y resurrección de Jesucristo como el gran acto de amor y solidaridad con todos los hombres, esta es la recomendación final: el amor fraterno y solidario.



SALMO

Sal 26, 1. 3. 5. 8-9

R. ¡El Señor es mi luz y mi salvación!

El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es el baluarte de mi vida, ¿ante quién temblaré? R.

Aunque acampe contra mí un ejército, mi corazón no temerá; aunque estalle una guerra contra mí, no perderé la confianza. R.

Él me cobijará en su Tienda de campaña en el momento del peligro; me ocultará al amparo de su Carpa y me afirmará sobre una roca. R.

Yo busco tu rostro, Señor, no lo apartes de mí. No alejes con ira a tu servidor, tú, que eres mi ayuda. R.



EVANGELIO

Mc 6, 14-29

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.

El rey Herodes oyó hablar de Jesús, porque su fama se había extendido por todas partes. Algunos decían: "Juan el Bautista ha resucitado, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos". Otros afirmaban: "Es Elías". Y otros: "Es un profeta como los antiguos". Pero Herodes, al oír todo esto, decía: "Este hombre es Juan, a quien yo mandé decapitar y que ha resucitado". Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado. Porque Juan decía a Herodes: "No te es lícito tener a la mujer de tu hermano". Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía, porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Cuando lo oía, quedaba perplejo, pero lo escuchaba con gusto. Un día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea. Su hija, también llamada Herodías, salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: "Pídeme lo que quieras y te lo daré". Y le aseguró bajo juramento: "Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino". Ella fue a preguntar a su madre: "¿Qué debo pedirle?". "La cabeza de Juan el Bautista", respondió ésta. La joven volvió rápidamente adonde estaba el rey y le hizo este pedido: "Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista". El rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla. En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan. El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y ésta se la dio a su madre. Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.

Palabra del Señor.



Comentario

Mucha gente veía una identificación entre Jesús y Juan Bautista. Ambos anunciaron el Reino de Dios y la necesidad de un cambio de vida. Ambos, como los profetas, llevaron una vida coherente con el mensaje que anunciaban, aunque esto entrañaba un peligro. Ambos sufrieron la violencia de las autoridades religiosas y políticas, para las cuales los profetas siempre fueron un estorbo.

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