domingo, 10 de noviembre de 2013

Domingo de la trigésima segunda semana del Tiempo Ordinario. 
PRIMERA LECTURA
El rey del universo nos resucitará para una vida eterna

Lectura del segundo libro de los Macabeos 7, 1-2. 9-14
En aquellos días, arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la Ley.
Uno de ellos habló en nombre de los demás:
- «¿Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres.»
El segundo, estando para morir, dijo:
- «Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna. »
Después se divertían con el tercero. Invitado a sacar la lengua, lo hizo en seguida, y alargó las manos con gran valor. Y habló dignamente:
- «De Dios las recibí, y por sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del mismo Dios. »
El rey y su corte se asombraron del valor con que el joven despreciaba los tormentos.
Cuando murió éste, torturaron de modo semejante al cuarto. Y, cuando estaba para morir, dijo:
- «Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida.»

Palabra de Dios.


SALMO RESPONSORIAL 16, 1. 5-6. 8 y 15 
R. Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor.
Señor, escucha mi apelación, 
atiende a mis clamores, 
presta oído a mi súplica, 
que en mis labios no hay engaño. R.
Mis pies estuvieron firmes en tus caminos, 
y no vacilaron mis pasos. 
Yo te invoco porque tú me respondes, 
Dios mío; 
inclina el oído y escucha mis palabras. R.
Guárdame como a las niñas de tus ojos, 
a la sombra de tus alas escóndeme. 
Yo con mi apelación vengo a tu presencia, 
y al despertar me saciaré de tu semblante. R.


SEGUNDA LECTURA
El Señor os dé fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 2, 16-3, 5
Hermanos:
Que Jesucristo, nuestro Señor, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza, os consuele internamente y os dé fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas.
Por lo demás, hermanos, rezad por nosotros, para que la palabra de os siga el avance glorioso que comenzó entre vosotros, y para que nos libre de los hombres perversos y malvados, porque la fe no es de todos.
El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del Maligno.
Por el Señor, estamos seguros de que ya cumplís y seguiréis cumpliendo todo lo que os hemos enseñado.
Que el Señor dirija vuestro corazón, para que améis a Dios y tengáis constancia de Cristo.

Palabra de Dios.


EVANGELIO
No es Dios de muertos, sino de vivos

Lectura del santo evangelio según san Lucas 20, 27-38
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron:
- «Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, habla siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.»
Jesús les contestó:
- «En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección.
Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.»

Palabra del Señor.

COMENTARIO al Evangelio del Domingo:
Por Mikel Garciandía Goñi, Capellán de San Miguel de Aralar (Navarra - España)

En esta vida, hombres y mujeres se casan


De la mano de San Lucas, hemos llegado a Jerusalén. El Evangelio de este domingo nos lleva a contemplar a Jesús en el Templo, sosteniendo su anuncio ante los jefes religiosos del pueblo, que tratan de cazarle con alguna palabra que le deje en evidencia ante todos. ¡Cuántas veces los cristianos, como parias de nuestra sociedad, hemos de dar cuenta de nuestra fe ante familiares, y personas ajenas y cercanas, que con autosuficiencia tratan de tambalear lo que consideran mitos desfasados, ingenuos y contrarios a la modernidad! Una vez más, Jesús es nuestro Maestro, y nos da la pauta sobre testimonio y evangelización.

La doctrina saducea goza de estupenda salud entre nosotros, incluso alternativas a la resurrección como reencarnación y la muerte como final absoluto gozan de mayor credibilidad que la fe que enseña la Iglesia. Pero la Palabra de Jesús disipa sospechas, afianza dudas y vence a las sombras. “En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección no se casarán” (Lc 20, 34-35). Con estas palabras Jesús cumple la Escritura, culmina el anhelo del salmista: “al despertar me saciaré de tu semblante, Señor” (Sal 16, 15). 

Es Dios de vivos, porque para él todos viven

Hoy Jesús, como tantas veces, aprovecha una pregunta capciosa y un tanto histriónica, para comunicar la razón por la que ha salido del Padre y ha venido al mundo: para quitar la venda que ciega nuestros ojos, rasgando el velo del Templo que no deja traslucir el Santo de los Santos. Los saduceos de antaño y los materialistas de hoy no conciben que pueda haber algo más. Para los seguidores de Cristo en cambio, lo inconcebible se hace realidad y carne de nuestra carne al recibir el Bautismo. La familia, la sexualidad, la amistad, tienen su sentido pleno en Dios.

Para nosotros, creer en la Resurrección es una cuestión de amor: “nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4, 16). Por eso, aceptamos y nos alegramos de que Dios sea el Dios de vivos, pues como dice Jesús “para él todos viven” (Lc 20, 38). Como Pueblo de Dios, como Cuerpo de Cristo tenemos la respuesta al anhelo más hondo de cada ser humano: la Alianza y la Fidelidad de Dios.

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