domingo, 6 de abril de 2014

Domingo de la quinta semana de Cuaresma. 
PRIMERA LECTURA
Os infundiré mi espíritu, y viviréis

Lectura de la profecía de Ezequiel 37, 12-14
Así dice el Señor:
-«Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel.
Y, cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor.
Os infundiré mi espíritu, y viviréis; os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago.»
Oráculo del Señor.

Palabra de Dios.


SALMO RESPONSORIAL 129, 1-2. 3-4ab. 4c-6. 7-8
R. Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.
Desde lo hondo a ti grito, Señor; 
Señor, escucha mi voz, 
estén tus oídos atentos 
a la voz de mi súplica. R.
Si llevas cuentas de los delitos, Señor, 
¿quién podrá resistir? 
Pero de ti procede el perdón, 
y así infundes respeto. R.
Mi alma espera en el Señor, 
espera en su palabra; 
mi alma aguarda al Señor, 
más que el centinela la aurora. 
Aguarde Israel al Señor, 
como el centinela la aurora. R.
Porque del Señor viene la misericordia, 
la redención copiosa; 
y él redimirá a Israel 
de todos sus delitos. R.


SEGUNDA LECTURA
El Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 8-11
Hermanos:
Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo.
Pues bien, si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.

Palabra de Dios.


EVANGELIO
Yo soy la resurrección y la vida 

Lectura del santo evangelio según san Juan 11, 3-7. 17. 20-27. 33b-45
En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro mandaron recado a Jesús, diciendo:
-«Señor, tu amigo está enfermo.»
Jesús, al oírlo, dijo:
-«Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.
Sólo entonces dice a sus discípulos:
-«Vamos otra vez a Judea.»
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado.
Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús; "
-«Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.
Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.»
Jesús le dijo:
-«Tu hermano resucitará.»
Marta respondió:
-«Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
Jesús le dice:
-«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mi, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mi, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
Ella le contestó:
-«Si, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»
Jesús sollozó y, muy conmovido, preguntó:
-«¿Dónde lo habéis enterrado?»
Le contestaron:
-«Señor, ven a verlo.»
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:
-«¡Cómo lo quería!»
Pero algunos dijeron:
-«Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?»
Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa.
Dice Jesús:
-«Quitad la losa.»
Marta, la hermana del muerto, le dice:
-«Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.»
Jesús le dice:
-«¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
-«Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.»
Y dicho esto, gritó con voz potente:
-«Lázaro, ven afuera.»
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo:
-«Desatadlo y dejadlo andar.»
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

Palabra del Señor.

COMENTARIO al Evangelio del Domingo:
Por Mikel Garciandía Goñi, Capellán de San Miguel de Aralar (Navarra - España)

Sepulcros, sepulcros...


Hasta cuatro veces repite el profeta Ezequiel “sepulcros” en el breve extracto de su profecía. Los anteriores domingos pedíamos a Jesús el agua viva con la samaritana y le reconocíamos como luz con el ciego de nacimiento. Hoy nuestro recorrido cuaresmal de renovación nos lleva a constatar algo inquietante pero necesario como punto de partida: llevamos la muerte en nosotros. En nuestro corazón y a nuestro alrededor hay un cierto olor a podrido.

El Señor a través del profeta nos promete que el Espíritu nos vivificará y nos llevará a la tierra de la vida (Ez 37, 14). Nuestros huesos secos, nuestra carne herida escucha hoy que hay que nacer de nuevo. Porque como Lázaro, Marta y María, los cristianos hospedamos habitualmente a Jesús en nuestra casa. Y por ello, no podemos convivir con situaciones, actitudes, actos de muerte. 

De continuar en esos sepulcros dorados en que nos hemos confinado los cristianos en nuestra opulenta sociedad, el mundo se quedará sin esperanza. Por ello Jesús desea arrancarnos del sepulcro. 

Yo soy la resurrección y la vida...¿Crees esto?

En el itinerario cuaresmal que el Papa Francisco nos invita a realizar, nos recuerda que Cristo, siendo rico, nos ha enriquecido con su pobreza. Su muerte ha sido nuestra vida, se la jugó con Lázaro, pero eso era un pálido signo de su verdadera victoria. Hoy confesamos con un nuevo vigor nuestra fe en la vida eterna. En la liturgia bautismal, los padres y padrinos responden así al celebrante cuando pregunta: ¿qué pedís a la Iglesia? – La vida eterna.

“Viviréis, porque yo sigo viviendo”, dice Jesús a sus discípulos durante la Última Cena (Jn 14, 19), enseñando con ello una vez más que lo característico del discípulo de Jesús es que “vive”; que él, mucho más allá del simple existir, ha encontrado y abrazado la verdadera vida que todos andan buscando. Basándose en estos textos, lo primeros cristianos se han denominado sencillamente como “los vivientes” (hoi zôntes). Ellos habían encontrado lo que todos buscan: la vida misma, la vida plena, y por tanto, indestructible.

Tras nuestros rostros embalsamados bulle la vida, bulle el deseo de retomar el Camino del Señor Jesús. El se conmueve profundamente de nuestras muertes y nos invita a que creamos en él, a caminar resueltamente tras él. Nuestros rostros pueden ser muecas falsas o expresión del misterio del amor que es Vida. Con Lázaro anunciamos que nuestro Dios es el Dios vivo y verdadero. Y por ello ya no podemos vivir atrincherados en nuestros cómodos sepulcros. ¿Crees esto?

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